Por: B. Alejandra Martínez.
Lo mejor, de un lado, es el agua y, del otro, el oro
- cual encendido fuego en la noche –
puja sobre toda riqueza que al hombre engrandece.
Pero si atléticas lides celebrar
deseas, corazón mío,
no busques más cálido que el sol
otro astro brillando en el día por el desierto éter,
ni ensalzar podríamos competición mejor que la de Olimpia.
Es increíble como la evolución deportiva del cuerpo humano ha propiciado maravillosos espectáculos. Los momentos olímpicos son las contiendas más importantes en la trascendencia deportiva de los atletas. Clasificar a ellos cada cuatro años, (con excepción de la última celebración olímpica que actualmente se lleva a cabo en Tokio, cuyo periodo de preparación duró 5 años a raíz de las circunstancias sanitarias extraordinarias), conlleva un extenuante trabajo. Solo unos cuantos pueden gozar de presentarse en cada ciclo. Y sólo tres atletas de cada disciplina accederán a la gloria de las medallas.
Entre múltiples metadatos que la ciencia ha referido, se establece que los juegos olímpicos datan del año 776 antes de Cristo al 393 después de Cristo, de entidad y origen mítico religioso en honor a Zeus y Hera de Olimpia. La localidad de las celebraciones deportivas (hieromenía), poco a poco fue expandiéndose por su relevancia social, política económica y religiosa. Se consolidó como fenómeno mediático, en el que, por inercia, la poesía se vinculó estrechamente y lo elevó a un rango supremo. Es menester decir que la trascendencia de la poesía en Grecia, era sinónimo de alto conocimiento. Los más grandes poetas de Grecia, entre ellos Píndaro, se encargaban de celebrar las glorias de los atletas y dedicaban versos emblemáticos. Otras figuras intelectuales, así como oradores, Isócrates por mencionar alguno, se sumaron al fenómeno.
La apariencia, contexto, forma y contenido de los juegos han ido transformándose en el ciclo de la historia. La mayor recompensa de este cambio es que el deporte se fue profesionalizando. La cuna religiosa fue perdiendo relevancia para dar lugar al desarrollo atlético.
En palabras modernas, se puede decir que la creación de los juegos olímpicos tuvo como intención primera armonizar el desarrollo humano a través del deporte. Desafortunadamente, lo que revela la historia es totalmente lo contrario. Con el afán de poseer glorias olímpicas, los atletas de la antigua Grecia y Roma, comenzaron a corromperse en distintos sentidos. Llegaron a cometer faltas y actos perversos, se distorsionó negativamente el ideal olímpico con el que se fundaron las competencias.
Precisamente por estas causas, varios filósofos, entre ellos Platón o
Jenofonte, se pronunciaban en contra de las olimpiadas, acusando que los
atletas tenían por prioridad el culto al cuerpo minimizando la educación del
espíritu.
En fin, entre largos periodos históricos, el olimpismo cobró una importancia fundamental en todo el planeta. Cada país presenta a sus mejores atletas que les representen, y aunado a los atletas, se hacen evidentes también esas mismas circunstancias sociales, políticas y económicas que giran en torno a cada nación. Y también como fieles acompañantes, se hacen presentes las mismas faltas, vicios y perversiones del espíritu que surgieron desde tiempos antiguos.
Me pronuncio en contra de la mayor falta que se ha cometido en los juegos olímpicos desde la antigüedad, hasta hace todavía periodos recientes; esta misma la identifico como la discriminación y violencia superlativa hacia la mujer.
Pasaron varios siglos tortuosos en los que prevaleció la ausencia de las mujeres en las competencias olímpicas. Deporte era sinónimo de virilidad. La descalificación hacia las capacidades deportivas de las mujeres ha sido un factor común de violencia normalizado durante toda la historia. La hegemonía masculina se ha encargado de fomentar desde la antigüedad esta perspectiva. Hay que prestar atención a lo que en su momento pronunció el colonizador racista y misógino Pierre Fredy de Coubertin, barón de Coubertin, fundador de los juegos olímpicos modernos: “Los Juegos son la solemne y periódica exaltación del deporte masculino, con el aplauso de las mujeres como recompensa”.
La primera participación olímpica de las mujeres tuvo lugar en París en el año 1900. Incursionaron en aquéllas disciplinas deportivas que iban acorde a su “naturaleza femenina”, estas fueron el golf y el tenis. Sin embargo, su participación no fue formal, digamos que tuvo un papel ornamental y testimonial. Su primera participación oficial fue en Ámsterdan en el año 1928, se les permitió ahí participar en esgrima, gimnasia, natación y una muy peculiar y limitada competencia en el atletismo, pensando que la “debilidad de su cuerpo” no les permitiría soportar pruebas completas.
Afortunadamente, estas circunstancias dieron pie a que surgieran figuras feministas como Alice Meillat a quien le debemos la dignificación olímpica femenina. Fundó la Federación de Sociedades Femeninas de Francia, y la Federación Internacional Deportiva Femenina. A partir de ahí, las circunstancias deportivas para las mujeres comenzaron a cambiar. Pero esto es reflejo de una lucha histórica de muchas deportistas que necesitaban manifestar un lenguaje que fue oprimido durante tanto tiempo.
En el trascurso del siglo XX el número de mujeres olímpicas ha ido en aumento. La apertura que ha logrado el feminismo, permitió posibilidades y oportunidades de trascendencia cultural y de género. Hoy día, en Tokio 2021 (2020), la representación femenina de todas las naciones participantes es del 49% mientras que la masculina es de 51%. Estamos presenciando la mayor participación femenina en toda la historia del Olimpismo, y está demás decir, que es la mejor de todos los tiempos.
Hemos sido testigos de hazañas fenomenales por parte de las mujeres olímpicas en todas las disciplinas deportivas. Los paradigmas se transforman y se rompen de forma agresiva. El espíritu de estas atletas es descomunal. Han regenerado la ideología del mismo deporte femenino. Han trasgredido brutalmente las concepciones masculinas. Los cuerpos emancipados de las deportistas, también nos han permitido incluso concebir el deporte de otra manera.
Es conmovedor ver como las naciones de primer mundo acogen a sus nadadoras, corredoras, luchadoras, saltadoras, halterofilistas, arqueras, clavadistas, raquetistas, marchistas, ciclistas, patinadoras, gimnastas, futbolistas… y demás; mujeres maravillosas, todas ellas leyendas y huellas históricas. Sin duda, estas naciones están trazando todo un camino de respeto que es indispensable seguir.
No es el caso para las naciones en vías de desarrollo, donde tener glorias olímpicas, es poco frecuente. Cuando esto sucede, el corazón se nos estruja y las lágrimas delatan nuestra alegría por la lucha titánica común. Lo mejor de todo es que Latinoamérica está figurando con sus portentosas mujeres, debemos sentirnos orgullosas porque ellas compiten, sí en el deporte, pero también contra el machismo, prejuicios, y posturas retrógradas que los mismos latinoamericanos les regalan.
Voy a concluir con un mensaje que quiero hacer extensivo a las admirables atletas latinoamericanas: Gracias por dignificarnos mediante vías extraordinarias, cada medalla que cuelga en su cuerpo son sueños emancipadores y triunfos del feminismo:
¡Gracias, Soraya Jiménez, Belén Guerrero, Paola Espinosa, María del Rosario
Espinoza, Alexa Moreno, Mariana Pajón, Neisi Dajomes, Yulimar Rojas, Leonas
Argentinas, …, por favor, sigan siendo Diosas del Olimpo!
se quitan la espina del pie;
diosas rosadas,
persiguen
un vuelo que se enciende tras la oreja,
una avispa en el labio”
Elsa Cross
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Bibliografía
Gil Luis (1985) Los Juegos sin mito, en “Las Olimpiadas”, Cuadernos de historia 16, No. 106, p.8.
Píndaro, Odas y fragmentos, España: Bibliioteca Clásica Gredos (1982), p. 34.
Cross, Elsa, en Vergara Gloria, (2007) Identidad y Memoria en las poetas mexicanas del siglo XX, México Universidad Iberoamericana, p. 139.

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