Por: Mónica Maydez.
El placer de la mujer, durante toda la
existencia humana, ha sido un misterio, una prohibición, una rebeldía.
Un misterio, durante muchas décadas se
ha intentado conocer la fuente de placer orgásmica de la mujer; han querido
establecer la idea de que este solo ocurre por medio de un miembro viril y
obedeciendo a la penetración vaginal, además, que entre más fuertes son las embestidas,
las mujeres sentimos mayor placer.
Freud, fue el impulsor de estas ideas
erróneas al declarar que si una mujer no llegaba a un orgasmo a través de la
penetración, se tendría por frígida y debía dársele terapia. ¿Frígida? Una
mujer se cataloga de esta forma por sus dificultades para tener relaciones
sexuales. La frigidez es referente a lo frío.
No existen mujeres frígidas, sino
malos o malas estimuladores o estimuladoras.
El cuerpo de la mujer, tomado como una
caja de misterios, tiene varios puntos erógenos, como: la espalda, la cintura,
el cuello, las axilas, los pezones, la cara interna de los muslos, dependiendo
de la forma en que se estimulan; sobresalen los labios mayores y menores de la
vagina, el punto G y el clítoris.
El clítoris, es la clave, es el que
hace explotar orgásmicamente a una mujer. Es posible que durante una relación
sexual, nosotras alcancemos entre uno y tres orgasmos, la apuesta es por más,
ya que por algo somos llamadas “multiorgásmicas”;
para ello intervienen factores como la libido y la correcta estimulación.
Freud sugirió como tratamiento el
analizarse a diario y trabajar directamente por medio de los sueños; al
colaborar con Breuer, propuso la hipnosis como un medio para obtener solución a
la frigidez.
Cuestionando aquel padecimiento
descrito por el padre del psicoanálisis: al ser de los primeros que habló de la
anorgasmia, existe un sesgo en su diagnóstico; primero porque él no era mujer,
por ello todo lo supo en teoría no en la experiencia; lo supuso a través de sus
pacientes. Hoy se sabe que todo radica en la estimulación, con más frecuencia:
la auditiva y la física, habrá mujeres que también prefieran la olfativa o la
visual, incluso todas juntas. Es necesario conocer a la mujer en cuestión (considerando
que cada cuerpa es diferente). También podemos hacer uso de la psicológica, es
decir, la fantasía que se trabaje para excitar a nuestra mujer.
Freud jamás pudo entender a una mujer.
Una
prohibición,
dado que las mujeres solo somos concebidas sexualmente con fines reproductivos
o bien, para mera satisfacción del hombre, se nos ha prohibido acceder al
placer, ya sea en pareja o de manera individual.
Quizá por ello es que haya tantas
mujeres que no han experimentado un orgasmo; muchas no saben autocomplacerse,
porque también nos han prohibido masturbarnos. ¿Cómo una señorita va a tocarse “ahí”? ¡Es una cochinada! ¡Una mujer
decente no hace eso! La masturbación nos ayuda a conocernos y a saber qué,
cómo y dónde nos gusta y excita al momento de estar con una pareja sexual.
Se nos ha prohibido expresar deseo
sexual, pedir sexo o bien, solicitar posiciones sexuales, cuando esto pasa de
inmediato se nos llama “putas”, entre
otros adjetivos peyorativos. Patriarcalmente una mujer solo tiene sexo para “darle hijos a su marido”, dejando de
lado nuestro deseo, placer y satisfacción sexual.
Una rebeldía,
cuando
buscamos nuestro placer, cuando sabemos el camino de nuestro goce y se lo
indicamos a nuestra pareja, no es que “seamos
experimentadas por habernos acostado con mucha gente”, se debe a que
conocemos nuestro cuerpo y centro de placer: el tan buscado clítoris.
El sistema no acepta que sepamos
darnos placer sin los hombres; ya que esto nos permite dirigir y/o prescindir
del tan afamado miembro viril. Entonces, que la rebeldía sexual conste en
eliminar todo prejuicio sobre nuestro cuerpo, explorémonos y hagamos realidad
la teoría de que las mujeres somos multiorgásmicas.
Tengamos sexo por placer, no para
complacer.

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