Por: Mónica Maydez
Las amantes funden
su boca y sus cuerpos. Unen sus almas. Se complementan. Se aman. Se pertenecen.
Aún en la oscuridad, se encuentran y no quieren separarse, no están dispuestas.
Las amantes se
encontraron para vivirse. Para sentirse. Enloquecían la una por la otra. Su
amor era profundo. Misterioso. Admirable. Se amaban más allá de la carne.
Enloquecían por sus pensamientos. Amaban sus ideales.
Las amantes
también temían. Temían ser juzgadas. No aceptadas. Temían ser forzadas a
separarse. Su amor las protegía. No había deidad que pudiera fomentar la
destrucción de su amor, pensaban. Porque la pureza embriagaba sus sentimientos.
Las amantes se
amaron. Se disfrutaron. Compartieron sus más íntimos secretos sin abrir los
labios. Cada una era el sendero de la otra. Soñaban juntas. Sonreían con
ternura. La complicidad era parte de ellas. No había nada que pudiera
destruirlas si estaban juntas. Las palabras restaron importancia cuando aprendieron
a hablar con el alma a través de los ojos.
Las amantes son
arquitectas de sus castillos. Querían formar una familia. Querían volar donde
nadie las molestara por su amor. Querían construir su propio mundo. Querían
navegar en un mar seguro. Las amantes querían sostener sus manos por siempre.
Enredarse desnudas y dejar que sus almas se enredaran.
El cielo de las
amantes mostraba dorados rayos de sol que alejaban toda oscuridad. Las nubes
portadoras de lluvia gris, no eran capaces de acercarse. El mar de las amantes, era traslucido. Podía
verse la oscuridad del fondo. La ciudad de las amantes poseía calles caudalosas.
Edificios de arena pálida.
Las amantes
deseaban curar sus heridas. Sanarse. Consolar la pena de la otra, era uno de
sus cometidos. No se dejaban caer. Se sostenían aún con el alma hecha pedazos.
Juntas. Deseaban coexistir en sus mundos.
Se reconocían como
ese amor que siempre se sueña y jamás se encuentra. Pero ellas sí se habían
encontrado. No querían separar su piel, sus lenguas, sus manos, sus sexos, sus
esencias, sus vidas.
Eran un rompecabezas que por fin hallaba la pieza perdida.
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