Por: Erika Varela
La brecha entre, sentirse bien y no,
es muy corta. Ojalá se lo hubieran dicho, ojalá desde antes de llorar en el
parto, hubiera tenido la elección de nacer en otro país… o en otro continente…
o en otro planeta… o en otro universo… si es que hay otro. Ahora, ya lo sabe,
después de trabajar duro, como le decía su madre, trabajar en exceso no es
saludable, aquí y en cualquier otro universo.
Se fue de lleno, sin freno y a máxima
velocidad, construyendo pensamientos de exigencia y pesimistas. Jamás se sintió
balanceado, le pesaba más lo negativo. Reglas sociales, con lo que todos están
de acuerdo y son felices, él pensaba. Reglas tan impregnadas y que parecen
estar por encima de las leyes naturales.
De ahí surgieron sus miedos, sus
terrores y sus pánicos: desde el miedo a la obscuridad, a los lugares abiertos
y a veces a los lugares cerrados, a los lugares concurridos y a los desolados,
a las arañas y las serpientes (en realidad nunca había visto una), hasta el
miedo de sus propios pensamientos y de sus propias sensaciones. Es sorprendente
la capacidad de la mente humana para crear, para inventar. Inventa miedos:
miedo a no expresar lo que molesta, lo que duele, lo que entristece, e
inclusive lo que gusta, lo que se quiere, lo que se necesita y lo que a uno le
hace feliz (verdaderamente feliz, no lo que la sociedad dicta que le debe hacer
feliz), da miedo el “¿qué dirán?”, dan miedo las críticas, da miedo el rechazo,
da miedo el abandono, da miedo quedarse solo… da miedo el éxito y da miedo ser feliz.
Cuando ya no podía más, cuando estaba
lleno de estrés, de apuración, de tantas cosas de qué ocuparse todos los días,
cuando le faltaba tiempo para terminar… o para empezar, cuando se agobiaba
porque cada día había más y más pendientes, cuando no podía con la culpa, con
los miedos, con el peso del trabajo, con el peso de tener un mejor puesto, con
el peso de ser un buen compañero, un buen amigo, un buen esposo, un buen padre,
un buen hijo, un buen ciudadano… sucede…
“Mi cuerpo está tenso, siento que mis
manos y brazos se entumen, un cosquilleo invade mi brazo izquierdo que es cada
vez más fuerte. Mi cabeza va estallar. Quizá sea lo último que piense o sienta,
antes de morir. Veo que no, es demasiado lento, me duele el pecho, siento que
algo me oprime, mi corazón se saldrá por mi espalda, estoy sudando, camino, no
puedo parar, mi corazón late rápido, no sé si estallará al mismo tiempo que mi
cabeza. Mi respiración, no puedo controlarla es tan fuerte, tan rápida, en
cualquier momento todo se acabará, estoy a punto de rendirme, me voy a caer,
siento que un vacío me lleva, voy a desaparecer, es que no estoy en mi cuerpo,
pero entonces: ¿cómo es que siento todo esto?, ¿cómo es que estás sensaciones
me llenan de tanto miedo?, ¡me estoy volviendo loco! No lo controlo, soy un
títere y… no sé, no sé quién me está moviendo. ¡Por favor, para, no quiero
morir!, ¡por favor, para, para!... lloro, pero no puedo, es más fuerte que yo, aun
llorando no se termina esta sensación, ¡hey, tú, para, déjame por favor!,
quiero regresar, regresar, quiero gritar pero hay tanta gente a mi alrededor.
Un niño me observa como sin poder creer que un adulto pueda llorar de esta
manera. No me importa, quiero que se vaya, ¡vete niño!, ve a ser feliz porque
yo ahora no puedo, no sé qué me pasa”.
Ese fue su primer ataque de pánico.
Este ataque fue un parte aguas en su
vida. No podía seguir, pero tenía que hacerlo. Todo le daba miedo, no solo lo
que ya sabía que le daba miedo. Le daba miedo sentir su cuerpo, una ligera
sensación de agitación y ya se sentía aterrado, incluso pensar le daba miedo. Se
llenaba de pánico frente a alguna responsabilidad, tenía que cumplir. Por
dentro, se derrumbaba, le sudaban las manos y volvía a agitarse, pero tenía que
fingir, no podía mostrar su vulnerabilidad, no, “eso no se hace en público”,
así que se detenía, desaparecía por un momento, se llevaba el miedo al baño o a
cualquier lugar y luego volvía, así eran casi todos sus días. Necesitaba ayuda.
Tuvo que pasar un año para comenzar a
sentirse mejor, en algunos casos se viven años con este malestar. Un año para
que no le tuviera miedo a los ataques de pánico, miedo a su miedo, ¡qué irónico!
Un ataque de pánico, no “ataca” en el
momento en que se experimenta. El cuerpo da señales con antelación.
Incomodidad, estrés, nerviosismo, etc. Hacerle caso a nuestro cuerpo, a
nuestras emociones, identificar y modificar patrones de pensamiento, son
acciones que pueden hacer la diferencia. Esto no significa que no hay
posibilidad de sanarnos una vez que ya experimentamos un ataque de pánico.
Significa que, si nos hacemos caso, podemos seguir siendo saludables o aprender
a serlo. Significa que podemos evitar enfermarnos emocional y/o físicamente.
¿Cuánto más?, ¿cuánto tiempo más?,
¿cuánto esperas para escucharte?, ¿cuáles son esas “reglas sociales” con las
que no estás tan de acuerdo, con cuáles sí lo estás?, ¿qué es lo que realmente
quieres en tu vida?, ¿cuándo vas a disfrutar de todo lo que haces?, ¿cuándo te
dedicarás a hacer lo que te gusta y con lo que te sientas feliz? No esperes un
ataque de pánico, no lleves el estrés al límite, haz un alto. ¡Escúchate!

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